domingo, 26 de julio de 2009

¿Perfume? No, Colonia

Y vas y te levantas un día a las cuatro y media de la mañana para hacerte un trayecto de cuatro horas y media sobre raíles alemanes, llegas a la estación de Colonia, sales por la puerta y dices... ¡Ostia! ¡Una catedral! Porque Colonia es así, mú rápida. La primera en la frente según te bajas del tren.

Una catedral tan grande, tan grande que parece que te va a comer cuando la miras desde abajo, y que tiene su propio carpintero, resturador y albañiles, entre otros muchos puestos, ya que siempre hay algo roto, y andamios, y turistas pululando por la zona. La torre mide 157 metros y subirla es toda una gesta helénica si lo haces sin pausas. De hecho, vimos a una señorita cuya pausa se prolongó desde que subimos hasta que bajamos, ya que seguía descansando en el mismo recoveco, en mitad de la infinita escalera de caracol. Escalera que, según mi compañero, al bajar era muy útil para mirar escotes. Lástima que mi acrofobia (miedo a las alturas) me impidiese andar atento al tema, jejeje.

Un pflamencnödel para disfrutar la emoción y después pasar por debajo del museo de historia, ver a un señor tocando una sierra metálica y dar saltitos por las piedras del lago de un parque infantil. Un mercadillo infinito (infinito = 20 minutos de lado a lado), un vaso de cerveza blanca para el Schotte, un currywurst y un bratwurst a la brasa, (¡la pronunciación aún se me resiste!), y en camino hacia el museo del chocolate, donde todo el chocolate del que disfrutas en una onza a la entrada y dos bizcochillos en el interior (siendo el segundo de ellos un tanto ilegal, xD). Pero vale la pena para un aficionado a la vida y obra del cacao. Todo el proceso culinario, el cultivo, mercado y hasta los inicios históricos se encuentran allí. ¡Dios bendiga a los Olmecas, Mayas y Aztecas! Y también a las junglas tropicales falsas. Qué agradable es sentirse como en casa aunque sólo sea por unos segundos.

Y entonces nos lanzamos a la caza del bar con música pero sin música, cuyo nombre y dirección desconocíamos, donde la madre de alguien había estado hacía 25 años. Pero no por ello dejaba de incitarnos a buscarlo, obviamente. Finalmente lo encontramos, por imposible que parezca, y aunque en un principio el resultado del nombre fue negativo (Papa Joe's), resultó que no era el nombre original (Klimperkasten). La búsqueda fructífera nos la recompensamos con unas Kölsch (cerveza típica de Colonia) y viendo tocar el acordeón y la tuba a los muñecos del bar ("música pero sin música"). Encantador.

Por último descubrimos una Colonia diferente, capital universal de las despedidas de solteros de toda Alemania, e intentamos terminar de ver el interior de la catedral. Lástima que los cristianos estuvieran de rezos y nos lo impidieran. Otra vez será. Porque yo quiero volver. Quiero. Quiero.



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